En tiempos de sus arzobispos Diego Peláez (1070-1088) y Diego Gelmírez (1070?-1140), se concibió la basílica románica de Santiago y se concibió como un todo, como un conjunto perfectamente entramado que no dejaba nada al azar. Su arquitectura y portadas esculpidas siguieron un modelo muy específico: el de los grandes santuarios o basílicas de peregrinación europeas, concepto y función que sin duda determinó no sólo su alzado y planta, sino también los programas decorativos e iconográficos.
A la existencia de un modelo debemos sumar la presencia en Compostela de diversos maestros y talleres que introdujeron las influencias estilísticas de ciudades de Francia o España -como Jaca-, así como las de las basílicas romanas visitadas por el arzobispo Gelmírez y su séquito a comienzos del siglo XII.
La portada de Platerías comunica el brazo sur de la catedral con el exterior y toma su nombre -al igual que la plaza que se abre ante ella- de la existencia, según la tradición, de tiendas de plateros u orfebres en sus cercanías. Dicha portada debía configurar un todo con las otras fachadas medievales de la catedral, particularmente con la desaparecida portada norte conocida como puerta Francígena o del Paraíso.
El aspecto similar a un rompecabezas que suele producir su decoración –con figuras y relieves de diferentes tamaños o escalas- se debe a las sucesivas reformas y cambios que sufrió a lo largo de su historia. Esa historia compleja de la portada incluiría la participación de al menos cuatro maestros en su ejecución así como el hecho de haber acogido algunas piezas originalmente concebidas para otras localizaciones, como la citada puerta Francígena.
La estructura y la mayor parte de los elementos decorativos de la portada de Platerías suelen fecharse entre 1078 y 1103, fechas en las que fue concebida como una gran portada doble -contando cada una de sus puertas con un tímpano decorado y tres arquivoltas dobles- a la que se superpone un gran friso decorado.
Los tímpanos y el friso están profusamente decorados con relieves figurados y esculturas de apóstoles, ángeles, diversas representaciones del pecado (centauro, sirena, hombre cabalgando un gallo), los meses del año y los signos zodiacales. Entre las escenas figuradas pueden reconocerse los temas de la Epifanía, la tentación de Cristo y varias escenas de la Pasión, como el juicio de Pilatos, la flagelación y la traición de Judas. El conjunto constituye, por tanto, un gran programa iconográfico de temática cristológica, presidido por las esculturas de Cristo y Santiago –probablemente parte de una escena de la Transfiguración- que ocupan el centro del friso superior, superpuestos al gran Crismón y pareja de leones que ocupan la intersección de las arquivoltas.
Finalmente, destacan otras figuras y relieves de diversa procedencia dispuestos en los laterales del pórtico, teniendo un valor particular el relieve del rey David y la escena de la Creación de Adán que, al igual que muchos de los elementos de los tímpanos y friso, procederían de la desaparecida Puerta Francígena.
A causa de su disposición, históricamente acceden a la catedral por esta portada los peregrinos que llegan a Santiago desde el sur, procedentes de los Caminos Portugués y del Sudeste.