Hay un albergue en Palas de Rei, que tiene muchas muchas láminas colgadas de la pared. Una de ellas es un cuadrito con sólo letras, tan de moda que están ahora. Quedaba al fondo de la zona común, con poca luz. Menos mal, porque a simple vista parecía tener un mensaje pasteloso de esos que a unos les alegra el día y a otros nos da muchísimo coraje leer.
Yo estaba sentada en aquel salón enorme porque Itai e Olivier se quedaban a dormir allí. Olía a ropa limpia. Habíamos aunado fuerzas juntando en una bolsa agujereada todas nuestras camisetas sudadas para llenar una lavadora de cuatro euros. La secadora la subvencionaba yo. Calcetines llenos de polvo, pantalones cortos de deporte, el gorro de la muchacha alemana y mi chubasquero gris. Olía a gloria. Habían abierto una botella de vino esa tarde noche y quisieron, sí o sí, que me acercase a compartir un vasito con ellos. Encantadísima, claro que sí.
Dialogamos un buen rato. Itai estuvo hablando de su Jerusalem natal, una ciudad que a mí me vuelve loca de curiosidad. A veinticinco minutos de casa le queda, dice; como a mí Torremolinos, pero premium. ¡Creo que es lo más cerca que he estado nunca de Tierra Santa! Hablaban de los cuarenta y ocho kilómetros que pretendían completar al día siguiente y que yo, por nada del mundo pensaba hacer. Les escuchaba de fondo mientras me imaginaba en la Galilea de los Reyes Magos brindando con el vino que sostenía en la mano. ¡Salud!
Con los 44 kilómetros que habíamos hecho hoy tenía más que suficiente. Además, al día siguiente llovía. Ya sabíamos que caería lo más grande durante toda la jornada siguiente y que no existía la posibilidad de retrasar o adelantar la salida para evitarlo: mañana ¡tooood@s en la sopa!
Pero contentos, porque se dice que quien llega a Compostela sin que le haya llovido encima, no llega limpi@ ni pulid@ de pecado. ¡Las cosas que se dicen para aliviar los malestares del camino! Pero alivian poco, a decir verdad. Como los cuadritos esos, los que te recuerdan lo chupiguay que eres y lo super bien que está todo, corriendo el riesgo de que se te olviden la cantidad de cosas por las que todavía tenemos que luchar. Riesgo de muerte, podría calificarlo yo.
Me despedí del grupo. Quedaron en verse a las 5:30am. en la entrada. Yo no prometí nada y me despedí con cariño, saltándome sólo un poco la distancia de seguridad y sabiendo, que lo más probable es que no les volviese a ver nunca más en la vida. Me puse en pie, y justo una milésima de segundo antes de dirigirme a la puerta de salida miré de reojo el cuadro pasteloso. Y entonces me di cuenta de que el cuadro pasteloso: también me estaba mirando a mí.
Me había estado mirando todo el tiempo, obsesionado, atento al vino, a Jerusalem, a Torremolinos, a los horarios de salida y a la ropa sin planchar. No sabía por qué se había fijado en mí y sin saber qué quería conmigo ni por qué insistía una y otra vez, caminé en dirección contraria a la puerta. Me acerqué al susodicho elemento decorativo, disimulando educadamente que lo pretendía leer…
EL TURISTA viaja
EL SENDERISTA camina
el peregrino BUSCA
– Olivier! Est-ce que tu peux prendre une photo de cette peinture, s’il te plait ? Je n’ai pás de batterie.
– Bien sûr
Y voilà. Mis créditos de agradecimiento para la persona que colgó aquella estampa en la pared, para Itai por insistir en que fuese hasta allí con la excusa del vino y para Olivier, por enviarme la foto al día siguiente, para que yo me llevase la pregunta en el teléfono…
¿Pero qué diablos es lo que busca un peregrino? ¿Qué es lo que ha venido, una peregrina como yo, a buscar a aquí, empapada de agua hasta el último pelo?
Fui a buscar MAGIA. Y LO QUE UNO BUSCA, ten por seguro: LE ANDA BUSCANDO A UNO. A una.
La peregrina de Compostela
Villa Nueva
8 de Octubre de 20XX 17:58h.