Siempre quise hacer el camino de Santiago y, aunque en principio no tenía un motivo especial, quería vivir esa experiencia y el momento llegó en el 2006.
Partí de Roncesvalles, asistí en la Colegiata a la misa y bendición del peregrino y al día siguiente comencé el camino.
Me faltan palabras para expresar lo que sentí en cada etapa de este peregrinar que es como el camino de la vida. Subidas, bajadas, trayectos difíciles, tramos llanos, viento, lluvia… Recuerdo de forma especial La Meseta por la enseñanza que me mostró. Es como cuando en tu vida, hay una situación que parece que no tiene salida, y caminas y caminas, y piensas y piensas buscando la solución que no llega.
Camino y más camino, sin sombra bajo un sol abrasador, pero al final como en la noche oscura de la vida aparece la luz y llegas a la meta.
Cada etapa tiene su encanto y belleza si sabemos mirar con los ojos del alma.
El poder disfrutar de la naturaleza, sentirme parte de ella, contemplar cada amanecer, escuchar el saludo y canturreo de los pájaros, el contacto de nuevo con la Madre Tierra ¡No tiene precio! Esa conexión que vamos perdiendo y así nos va.
Quería hacer el camino sola, llenarme de silencio, observar y escucharme. Si algo percibí es el respeto que hay entre los peregrinos cuando alguien quiere ir solo, y a la vez, esa mirada atenta y mano tendida porque hay mucho compañerismo, mucho corazón. Nacen muy buenas amistades, la sonrisa es buen lenguaje y si hablamos con el corazón entendemos todos idiomas.
Yo creo que en el camino mostramos lo mejor de cada uno, nuestra verdadera esencia, pero con sencillez y de forma natural sale lo que llevamos dentro. Sentía que todos éramos uno y que, en realidad, no somos tan diferentes. Vamos de igual a igual, no hay status, salimos de una etapa y llegamos a otra. El trayecto es el mismo, lo único que cambia el tamaño de las mochilas unas más ligeras, otras con demasiado peso y me pregunto si irá relacionado con nuestros apegos esto por si acaso, aquello otro por si… y así vamos llenando de cosas innecesarias. Fue otra gran enseñanza, el apego nos esclaviza, aprendí a vivir de forma más austera y no por ello menos feliz dentro de esta sociedad consumista que nos atrapa sin darnos cuenta. Si durante un mes llevé lo necesario, ¿me hace falta después tanto cachivache? Ligera de equipaje.
El momento mágico fue al cruzar el arco que conduce a la plaza del Obradoiro con el sonido de la gaita. Me dirigí al centro y al darme la vuelta allí estaba ¡la catedral!. La contemplé con asombro y con lágrimas de alegría y emoción. Alcé mis ojos al cielo y agradecí a Dios por haber llegado al fin, aunque la meta fue el propio camino y la transformación que hubo en mí al tiempo de llegar a casa.
El camino no deja a nadie indiferente.
Buen camino peregrino. ¡Ultreia et Suseia!!