Supo del Camino hace solamente dos años. Habían ocurrido cosas en su vida que la dirigieron en ese momento al Camino. Había vivido muchos cambios en su vida en un corto período: se había jubilado, cuidado y atendido en su muerte a su madre, y seis meses después su padre había fallecido. Además, durante ese período, el trabajo de su marido les había llevado a abandonar la ciudad en la que habían vivido 20 años, para irse a vivir a Las Cruces.
Ya en Las Cruces se ocupó de cuidar a su suegro enfermo. Era veterano de la II Guerra Mundial y ella, consciente de la importancia de honorar a los veteranos, participó entonces en algunas de celebraciones, entre ellas en un evento en el que los participantes caminaron 26.2 millas. En ese evento le presentaron a un grupo de gente que practicaba senderismo en Las Cruces, entre ellos a su amiga Annie que preparaba su Camino. Ella no se atrevía porque no había viajado nunca, nunca había salido del país, se sentía incapaz; pero cuando su amiga le anunció el otoño pasado que lo haría éste, decidió que también lo haría y comenzó a caminar para prepararse. Su marido la apoyó, en su idea y después a lo largo de su Camino.
Ella ama caminar, hacer senderismo la conecta con la naturaleza y pensó que el Camino la pondría además en contacto con su interior, que sería una buena experiencia para reflexionar. Es religiosa y una hermana suya también había hecho una peregrinación religiosa (Fátima), ella quería que su peregrinación tuviese ese aspecto: dedicar parte del día a rezar y a meditar, incluso trajo peticiones para su familia. Pero sobre todo ella quería agradecer, dar las gracias por la vida que ha vivido y tenido. Quería agradecer su vida.
La importancia de este aspecto del agradecimiento se le reveló en el Camino, pero también otros motivos. En un pueblo un sacerdote preguntó al grupo de peregrinos con el que participó en la misa “¿por qué vinisteis?”, ella respondió “por gratitud”, pero el sacerdote le dijo que no creía que fuese solo por eso, “no es solo eso”, y en ese momento ella respondió que había perdido a un hijo en el año 2002. Ha pensado en su hijo en el Camino, rezó por él y el Camino le ayudó a aceptar su muerte, pero también respecto a su hijo el agradecimiento ha sido el aspecto central de su experiencia. Ella sintió agradecimiento por la relación que había tenido con él y por la buena vida que él había vivido.
Para ella su experiencia del Camino ha tenido un lado espiritual, también la memoria y los recuerdos han tenido un gran peso, aparecían una y otra vez en su Camino. Por ejemplo, los olores que sentía en el Camino la llevaron con frecuencia de nuevo a su juventud, el canto de los pájaros, recuerdos de muchos tipos… recuerdos y sensaciones que llegaban a ella y siempre le hacían sentirse agradecida.
Vino de Estados Unidos con otras personas y pensaba caminar con su amiga. Volaron a París y desde allí a Biarritz, donde se encontraron con problemas de transporte para ir a su inicio de Camino en Saint-Jean-Pie-de-Port. Se dieron cuenta de que lo mejor era coger un taxi y allí se encontraron con cuatro completos desconocidos dispuestos a compartir taxi con ellas: dos peregrinos australianos y dos peregrinos irlandeses. Para ella este comienzo supuso ya una novedad, no estaba habituada a fiarse de los desconocidos, pero en el Camino es normal hacerlo. Recuerda a una mujer que conoció en el Camino y le contó que caminó sola y se perdió muchas veces pero que siempre encontró a alguien que la guiase, incluso a personas del lugar que la llevaron en coche hasta su destino. En el Camino puedes fiarte de los demás, aprendes a confiar. Te cuentan historias que te dan confianza sin cesar: peregrinos que olvidan sus bastones de hiking en una farmacia y otros, locales o peregrinos, que se ofrecen para llamar y localizarlos, ir a buscarlos, etc.
Todavía no es consciente de cuáles y cuántas serán las consecuencias de su Camino, pero ya sabe que, por ejemplo, ha perdido el miedo a viajar y también que ha vivido una gran experiencia al haber encontrado gente de todas partes: Sudáfrica, Corea, Islandia…
Cree que para alguien de su edad, ya jubilada, el Camino es un lugar perfecto para comenzar a vivir de ese modo. Algunas amigas y conocidas viajaban solas ya a los veinte años, ella las envidiaba pero no fue capaz de hacerlo entonces, habría querido pero sólo ahora y a través de esta experiencia ha podido finalmente cumplir ese deseo. Recuerda que en el Camino conoció a una chica de 18 años que caminaba sola y, una noche, llegó al albergue demasiado tarde y no pudo entrar, durmió sola fuera, al oírlo ella pensó: ¡eso es coraje! Ahora ella sabe que también lo tendría y que podría regresar sola al Camino, sin miedo.
Cree que las asociaciones de peregrinos son importantes, ella contactó American Pilgrims para conseguir su credencial y fue importante para ella participar en sus redes sociales, conseguir la información práctica pero también ver que no era la única persona que se sentía ansiosa.
En este momento, más que volver a recorrer el Camino cree que le gustaría ser hospitalera. Y respecto a lo obtenido, cree que sobre todo ha encontrado fuerza, fortaleza física, coraje, ha descubierto que lo tiene. Ha aprendido a no tener miedo de lo desconocido. No sabes dónde dormirás o comerás y no tienes miedo. Esa ha sido su gran lección: no tener miedo.