Cuando tenía 29 años leyó un libro de Paolo Coelho titulado The Pilgrime. Le interesó mucho, pero por entonces su vida profesional estaba comenzando y además tuvo a su hijo, al que crio sola, de modo que no era el momento para pensar en hacer el Camino.
Tiempo después, su hijo estudiaba en un colegio jesuita, en la clase de religión proyectaron la película The Way y él le pidió ayuda para hacer un trabajo sobre ella. Ella vio la película con su madre, a la que estaba cuidando en ese momento, y cuando la vio recordó su lectura y su sueño del pasado, su deseo de vivir de aquella experiencia. Esta vez no volvió a olvidarse, comenzó a leer libros sobre el Camino y a ver diferentes documentales.
Su madre estaba muy enferma y ella –que es médico- la cuidaba, de modo que no podía plantearse irse al Camino en aquel momento. Durante ese tiempo contactó con el chapter de American Pilgrims en Miami y comenzó a asistir a sus actividades: caminatas, charlas y orientaciones para el Camino. Pero el tiempo pasaba y, aunque seguía participando en las actividades para prepararse, su Camino seguía retrasándose: uno, dos, tres años… Le resultaba imposible a causa de la enfermedad de su madre.
En esa época se encontró con un primo que vivía en Panamá y acababa de hacer el Camino, les contó su experiencia a ella y a su madre quien, al escucharlo, le dijo que ella también podría hacer el Camino pero le pidió que esperase a que ella muriese. Otro día, estando en su casa Linda, su amiga y compañera de trabajo desde 20 años atrás, su madre le preguntó: ¿por qué no haces el camino con mi hija? Y su amiga comenzó a interesarse.
Finalmente, tras tres años cuidándola, su madre murió y ella sintió que finalmente podía hacer el Camino. Su madre no se quería quedar sola y le había pedido que permaneciese con ella todo aquel tiempo, pero al final era ella quien le había dicho que lo hiciese.
Y entonces se fue al Camino y lo que allí encontró fue la paz y el poder aceptar que la vida es como es, que todo es como es.
Durante su Camino se hizo daño en una rodilla, pero no dejó de caminar, continuó, aceptó lo que le había pasado y siguió como su cuerpo le permitía. Lo pensó en aquella ocasión y a lo largo de todo su Camino: todo es como debe ser y hay que aceptar la vida como es.
Pensaba que se sentiría triste en el Camino pero, muy al contrario, fue una experiencia muy bella. Conoció a gente de todas partes y de todas las religiones, recuerda a una mujer judía, una joven musulmana… A mucha gente no creyente que, sin embargo, decía haber vivido una experiencia espiritual. Cree que todo el mundo llega al Camino por una razón y al final termina encontrando otra causa o razón para hacerlo.
Acaba de terminar esa primera experiencia y sabe que quiere hacer el Camino más veces. A pesar de haber tenido problemas no teme al aspecto físico, porque recuerda cómo -sobre todo los últimos días- sentía como si hubiese un imán en la catedral que la llamaba y tiraba de ella. También querría ser voluntaria en el Camino, hacer algún tipo de voluntariado.
Ahora, una vez en Santiago, llora con frecuencia emocionada, pero llora de alegría.