Mientras esperamos y nos preocupamos de las peores cosas que pudieran llegar al Camino de Santiago, el virus ha brindado a algunos de nosotros el tipo de descanso que a veces soñamos: dormir hasta tarde, limpiar los armarios, poner en orden nuestro papeleo descuidado, desatascar los desagües, reducir la presión en nuestras vidas demasiado programadas y comprometidas.
Nos han arrebatado nuestros ritmos. El escenario no ha cambiado, pero hay algo de histórico en el aire en este momento. Éste es el espacio liminal, un lugar donde suceden cosas santas. Miles de personas vienen cada año al Camino de Santiago en busca de ese espacio liminal. Pero esta primavera, el Camino está cerrado para ellos.
El Camino todavía está aquí. No hace caso de nosotros y nuestras preocupaciones y revelaciones.
El camino de peregrinos en la zona rural de Palencia ahora tan solo ve algún tractor ocasional. Las pistas de tierra no están marcadas por neumáticos de bicicleta y botas de montaña. Lo que hay son Ys y Vs y Xs de patas de pájaros, pezuñas de ciervos, jabalíes, ovejas; las almohadillas y dedos de los pies de zorros y comadrejas. El Camino, después de 30 años de un tráfico de peregrinos cada vez mayor, se ha ido a dormir.
La gente que vive aquí está pagando un precio terrible. Las empresas basadas en los peregrinos se están quedando sin efectivo. Las hipotecas se ciernen sobre ellas, las reservas no se cumplen, los trabajadores disponibles son enviados a casa sin nada para vivir mientras esperan. Muchas pequeñas empresas no sobrevivirán.
Pero a lo largo de los bordes del Camino, se abren flores silvestres. Alfombras de pequeñas margaritas blancas, flores moradas en tallos morados, jacintos, flores cuyos nombres no sé. Lo hacen todos los años, ellas no saben si los peregrinos pasan o no. Este año, las flores ya no luchan alrededor de las latas de Coca-Cola abandonadas y las serpentinas de papel higiénico mientras alcanzan el sol.
Los planes de miles de peregrinos han sido arruinados. Están atrapados en casa, tratando de enseñar las lecciones a sus hijos, probando nuevas recetas, aprendiendo a tocar el ukelele. Se están poniendo al día con la correspondencia, comienzan sus memorias, vuelven a reservar sus caminos para más adelante este año, o para un tiempo más tarde en sus vidas.
En nuestros pueblos, las fuentes corren claras y fuertes. Los cultivos de alimentación están bastante avanzados, los campos son amplias franjas en diferentes tonos de verde. Verificamos los brotes en los árboles frutales. Observamos el cielo por si llueve.
Algunos de nosotros estamos cayendo enfermos. Algunos de nosotros cuidamos a personas enfermas. Algunos de nosotros estamos muriendo. Los periódicos, las noticias en línea, la fábrica de rumores, dicen que hoy hay 36 casos en Mansilla, 20 en Sahagún y mil más en León. Conocemos a algunas de las víctimas. Repasamos nuestros recuerdos para saber cuándo los vimos por última vez, nos preguntamos si hacia el martes, cuando tocamos sin pensar el asa del carrito de la compra con los dedos sin guantes… ¿Rocío estaba allí antes que yo? ¿Quién cuidará de mí cuando yo caiga?
Paseamos a los perros -los nuestros y los de los vecinos- de mañana por los senderos, preguntándonos si es legal caminar tan lejos. Desde lo alto de la colina podemos ver todo el Camino hasta Calzadilla de la Cueza al este, hasta Calzadilla de los Hermanillos al oeste. Podemos escuchar los trenes de carga desde aquí, pasan silbando hacia Sahagún. Nada se mueve salvo un camión solitario en la carretera, una avutarda en el campo de soja de Eduardo. No hay vecinos, ni tractores, ni peregrinos.
El Camino está dormido. Ya ha visto todo esto antes. No lo sabe. No le importa.
Rebekah Scott
www.peaceableprojects.org
Moratinos Palencia España