En el siglo XIII la catedral era el símbolo de la ciudad y, en el caso de León, quiso serlo también de un Reino. Con esta perspectiva debemos afrontar el magnífico y ambicioso sueño que llevó a la construcción de un marco en el que engarzar el mayor conjunto de vidrieras jamás concebido.
La catedral de León posee un conjunto que cierra ciento treinta ventanales y tres grandes rosetones, superado únicamente por los ciento setenta y seis ventanales de Chartres que, sin embargo, cierran una superficie muy inferior. En las vidrieras de León está reflejada toda la esfera de lo natural y lo sobrenatural y sus constructores conocían suficientemente la ciencia óptica para controlar los efectos lumínicos y, a través de ellos, generar o manipular el espacio arquitectónico.
En la ejecución de semejante conjunto trabajaron muchos artesanos del “fuego”, un pequeño ejército que, de forma paralela a la construcción de la iglesia, diseñaba, decoraba, cortaba y colocaba los vidrios para cerrar los huecos a medida que se iban terminando los ventanales. Desde finales del siglo XIII el marco arquitectónico estaba preparado para recibir las vidrieras en las capillas de la cabecera y, desde principios del siglo XIV, en el crucero y resto de las naves.
Entre los responsables de las vidrieras destacaban siempre los pintores, diferenciándose claramente los autores de cartones o dibujos preparatorios y aquéllos que pintaban directamente sobre el vidrio engarzado en el plomo, que debían dominar el colorido y el efecto de ese colorido bajo la incidencia de la luz.
Con el paso de los siglos la mayor parte de los vidrios originales se fueron perdiendo, quedando tan sólo algunos paneles, muchos de ellos mutilados o muy alterados. La mayor parte de las vidrieras conservadas datan de los siglos XIV, XV y XVI, así como de la profunda restauración del XIX.
Para empezar debemos de la serie de las capillas, compuesta por los ventanales bajos que cierran los huecos de las capillas del ábside, emplean figuras muy pequeñas que componen escenas de temática histórica, bíblica, del santoral e, incluso, profana. El programa iconográfico del ábside es el más importante de la catedral, por una parte subraya las devociones más populares de León y por otra la importancia del Camino de Santiago para la ciudad. Entre las escenas representadas figura una traslación marítima del apóstol Santiago a Galicia y, en una de las rosas, un grupo de peregrinos a su llegada a Compostela.
Siguiendo siempre la disposición arquitectónica, podemos hablar de la serie alta integrada por vidrieras de los siglos XIV, XV y XVI, treinta y un ventanales de tres rosas que deben leerse de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, de modo que los principales personajes ocupan siempre la parte superior del hueco.
En los otros ciclos la presencia de vidrieras antiguas es mucho menor. Es el caso de la serie baja que engloba los diez ventanales que cierran huecos de las naves y el crucero, conjunto que data de la restauración efectuada entre 1895 y 1901, aunque en muchas de ellas han incorporado rosas de los ventanales originales del siglo XIV. También debemos referirnos a una serie media compuesta por las setenta y cuatro ventanas dispuestas en los trifolios de la nave, crucero y ábside, la mayor parte tapiados desde el siglo XV hasta la restauración del siglo XIX. Finalmente merecen una mención los tres grandes rosetones situados en los muros Oeste del siglo XIX, el Norte que combina vidrios modernos con otros del siglo XIV y XV, y el sur que es totalmente nuevo.
Foto: Hemos tomado esta imagen del proyecto Commons Wikipedia, su autor es Nacho Traseira.