Para todos los que este nuevo Año Santo van a recorrer ese espacio sagrado, legado por la historia, que es el Camino de Santiago.
Para todos los ya veteranos que quieren renovar ese viaje a Ítaca pasando por Esparta.
Para los que se acercan por primera vez al Camino, temerosos y expectantes ante la gran aventura que les espera en las altas montañas, en los páramos desolados, en las corredoiras umbrías donde se agachan los espíritus amigos de las miles y miles de almas que os precedieron en todas las encrucijadas de la gran ruta, dejando sus pisadas en un humus milenario.
A los que buscan, a los que no se conforman, a los que cuelgan el alma de su bordón, un paso, y otro y otro más, buscando una tumba al final del final de todos los Caminos de occidente.
A los que saben ver, entre al amarillo de las retamas, el collar dorado que Suero de Quiñones ofreció a su dama y a los que intuyen las sombras amables de los trovadores intercambiándose cantigas de amigo mientras el sol cubre de oro la piedra labrada.
A los que saludan, en Triacastela, al pobre poeta provenzal German Noveau todavía recitando sus versos en francés mientras todos le entienden.
A los que sueñan, a los que tienen claro que (ineludiblemente) se nace al Camino entre montañas infinitas, a los que confirman que hay que morir en Castilla, a los que descubren que para resucitar en Galicia antes hay que “nacer al Camino, morir en el Camino”. ¿Cómo carallo nadie va a resucitar sin haber nacido, sin haber muerto, sin haber gozado la plenitud de la gran aventura?
Y para todos los que, al final, descubren (y transmiten) que el Camino enseña sobre todo humildad y esa es su grandeza.
Para todos, paz, libertad y un gran Camino para andar.
Jose Antonio de la Riera. Peregrino, escritor, investigador.
Miembro fundador de Fraternidad Internacional del Camino de Santiago y Asociación Vía Mariana.
Foto: Manuel G.Vicente, peregrinos en Camino, 1989