Gracias a la difusión y donaciones que realiza Camino Society Ireland, la muy activa asociación jacobea de Irlanda, hemos podido acceder a una joya de la literatura de peregrinación: el libro Peregrinos medievales irlandeses a Santiago de Compostela (Medieval Irish Pilgrims to Santiago de Compostela) de Bernadette Cunningham. La autora del libro -investigadora y bibliotecaria de la Royal Irish Academy de Dublín- nos introduce en la larga historia del vínculo entre Irlanda y el Camino de Santiago a través de las historias de hombres y mujeres que peregrinaron a Compostela entre los siglos XII y XV.
En aquellos tiempos, el Camino de Santiago desde Irlanda no estaba fijado. La peregrinación más conocida en aquellas tierras en el siglo XII era la de Tierra Santa, pero alcanzar Jerusalén suponía recorrer 5.000 kilómetros a pie -al menos seis meses- o embarcarse durante seis semanas en barcos y climas poco fiables. Conflictos bélicos y otras dificultades fueron haciendo cada vez más difícil el acceso a Tierra Santa, coincidiendo con una popularidad siempre mayor de la peregrinación a Compostela, promovida particularmente durante el arzobispado de Diego Gelmírez (1068-1140).
En ese contexto los irlandeses comenzaron a embarcarse más y más con destino a Santiago, estableciendo finalmente un itinerario marítimo del que muchos puertos fueron puntos de partida. Los principales puertos de partida de Irlanda fueron los de Assaore, en el norte, Galway, Limerick, Dingle, Castlehaven y Kinsale en el oeste y sudoeste, puertos desde los que las naves con peregrinos partían directamente hacia tierras de Galicia, particularmente hacia el puerto de A Coruña. Más hacia el este, desde los puertos de Waterford, los barcos con peregrinos podían dirigirse igualmente a Galicia, pero también, en ocasiones, los peregrinos se embarcaban primero hacia los cercanos puertos ingleses de Pembroke, Bristol, Plymouth, Poul o Southampton o, incluso, a Burdeos, en Francia, puertos importantes desde donde existía una mayor oferta para partir hacia Compostela.
Por otro lado, los peregrinos que caminaban a los puertos fueron trazando también rutas dentro del territorio de Irlanda, introduciendo en ellas su propio “Visitandunt est”, es decir, desviaciones o caminos que les conducían a los principales centros de peregrinación locales. ¿Qué centros de peregrinación o culto destacaban en la Irlanda medieval? Sobre todo, St. Patrick’s Purgatory (Purgatorio de San Patricio) en Lough Derg, pero también centros menores como Croagh Patrick en Mayo, Clonmacnoise en Offaly, Monaincha y Holy Cross en Tipperary, Mount Brandon en Kerry y Glendalough en Wicklow.
A través de documentos oficiales, crónicas históricas, textos literarios y vidas de santos del mundo anglonormando y gaélico, Cunningham recuerda la realidad que vivían estos peregrinos medievales. Para empezar, a causa de lo largas que eran las peregrinaciones medievales, suponiendo un distanciamiento muy prolongado de la familia e, incluso, la posibilidad de que esa separación fuese sin retorno, tal y como testimonian los testamentos que muchos peregrinos realizaban antes de partir. Pero la búsqueda del perdón, de la salvación, los beneficios en un más allá en el que la mayoría creía fuertemente, justificaban para aquellos peregrinos todas las penurias y dificultades de su viaje.
En su libro Cunningham nos habla también de las influencias y motivaciones de los peregrinos que les enviaban más allá de los confines de su mundo, mayoritariamente eran de carácter religioso, partían en busca de la salvación, pero, también existió siempre un deseo o búsqueda de aventuras. Y más allá de esas grandes motivaciones, también en la Edad Media aparece lo singular, eso que todavía emerge hoy día en cada testimonio o experiencia de un peregrino: que cada peregrinación, en el pasado como en el presente, tiene algo de único, en su deseo, en su causa, no hay dos historias similares.
Entre las motivaciones, Irlanda aparece ya en tiempos medievales como uno de los orígenes de las peregrinaciones penitenciales para condenados por tribunales religiosos o penales. Son muy interesantes los datos que ofrece el texto de Cunningham, quien cita ya a los papas Nicolás (858-67) y Esteban V (885-91) permitiendo peregrinaciones a condenados en muchas áreas de la cristiandad, entre ellas Irlanda.
Respecto a la experiencia del Camino, en las largas peregrinaciones medievales los peregrinos se confrontaban a una especie de ritual de pasaje con el inicio de su Camino, que podría leerse como momento de separación. Posteriormente, los peregrinos debían confrontar el viaje en sí mismo, la llegada al centro de peregrinación y el encuentro con lo sagrado. De este momento de estancia en Compostela conservamos muchas descripciones provenientes de los relatos de peregrinos medievales, comentarios sobre los rituales y visitas realizadas en la ciudad. Elegimos uno de ellos particularmente rico reproducido en el libro que estamos siguiendo, la descripción realizada por Jonathan Sumption a finales del siglo XIII:
“Después de la misa de la mañana, el sacristán y otro sacerdote se paraban detrás del santuario con varas en las manos y con ellas golpeaban a cada peregrino en la espalda o en los brazos y piernas. Un tercer sacerdote, vestido con sobrepelliz, los invitaba a hacer una ofrenda, dirigiéndose a cada peregrino en su propia lengua. Luego se preguntaba a los peregrinos si su ofrenda era para Santiago, es decir, limosna para fines generales, en cuyo caso se colocaba en el altar; o si era para el fondo de construcción, en cuyo caso se colocaba sobre una mesa auxiliar. Esta ceremonia marcaba el momento en el que el peregrino “recibía” de él su indulgencia”.
Pocos peregrinos irlandeses permanecían en Compostela durante mucho tiempo, la mayoría lo hacían simplemente el tiempo necesario para conseguir las indulgencias ansiadas y seguir los rituales religiosos. Finalmente, debían emprender el igualmente largo camino de retorno, que en su caso suponía confrontarse nuevamente a las aventuras y dificultades que imponían la tierra y al mar.