El primer texto que se refiere al hecho de que el apóstol Santiago hubiese sido enterrado en España es el “Breviario de los Apóstoles”. El texto alude además al “Arca Marmórica”, uno de los elementos esenciales de la leyenda de Santiago, es decir: al hecho de que su cuerpo hubiese llegado a Galicia en un arca de piedra.
A lo largo de la Alta Edad Media, fueron muchos los textos y leyendas que recogieron la traslación del cuerpo de Santiago. La mayoría refieren cómo sus discípulos lo habrían recogido tras su martirio en Tierra Santa, transportándolo a una nave para llevarlo en ella a tierras de Hispania. La milagrosa traslación marítima –según las versiones la nave fue empujada por un ángel u otros medios misteriosos- terminó finalmente en Galicia, en el puerto más cercano a Iria Flavia (Padrón), en la confluencia de los ríos Ulla y Sar. Desde allí, los discípulos de Santiago habrían seguido su viaje por tierra, en busca de un lugar idóneo para enterrar al Apóstol.
Todos los textos coinciden en señalar que el traslado por tierra se hizo en un carro y en el interior de la citada «Arca Marmórica». Cuando finalmente el lugar idóneo fue encontrado, dos de los discípulos de Santiago –Teodoro y Atanasio- permanecieron custodiándolo hasta su muerte, siendo posteriormente enterrados con él. Siglos más tarde, en el año 813, el descubrimiento de esa tumba daría lugar a la primera basílica de Santiago y, con ella, a la ciudad de Compostela.
Al margen de la leyenda de Santiago, nos interesa hoy referirnos a las reliquias del Apóstol, a su sepulcro, a la vieja “Arca Marmórica”, y su presencia en la actual catedral de Santiago. Sabemos que las dos iglesias o basílicas prerrománicas así como la románica –cuya estructura se conserva hoy en gran medida- dieron al sepulcro un papel central bajo su altar mayor, pues toda su construcción se realizó de algún modo en torno a ese sepulcro.
Sin embargo, las continuas incursiones de los piratas ingleses a lo largo del siglo XVI, especialmente del famoso Francis Drake, hicieron que en 1589 el arzobispo Juan de Sanclemente decidiese esconder las reliquias de Santiago para protegerlas. Las fuentes dicen que fueron enterradas en una zona cercana a la capilla mayor, pero lo cierto es que, poco a poco, se fue olvidando el lugar hasta perderse por completo su memoria. ¡Durante siglos los peregrinos y fieles que visitaban la catedral no tenían un lugar donde rezar a Santiago!
Finalmente, en 1879 el entonces arzobispo de Santiago, cardenal Miguel Payá y Rico, puso en marcha una serie de excavaciones con el fin de recuperar las reliquias perdidas. En el curso de una de dichas excavaciones se encontró una urna que contenía huesos, que fueron examinados y estudiados por la Universidad de Santiago y por la Santa Sede. El resultado de los exámenes y del estudio de los restos arqueológicos del lugar de la excavación permitió que las reliquias fuesen autentificadas. En 1884, el papa León XII confirmó la autentificación a través de la bula Deus Omnipotens, en la que se apoya todavía hoy el culto al sepulcro y los restos que pueden visitarse en el cripta del altar mayor de la catedral.
Así pues, la cripta y sepultura actuales son fruto de las reformas realizadas a finales del siglo XIX. La sepultura es un urna de plata cincelada de estilo románico en cuyo centro se dispone un relieve de Cristo en Majestad, dispuesto en una mandorla y rodeado por el Tetramorfos –símbolos de los Evangelistas- y los Apóstoles. El diseño y elaboración de esta obra se debió a José Losada y puede fecharse en torno a 1886.