Una historia de Año Santo
¿Qué tiene de diferente caminar a Santiago de Compostela durante un Año Santo? Eso es fácil de responder, es simplemente mágico.
Fue hace diez años. Había visto en el periódico local que la Puerta Santa a esa catedral sobre la que ya había leído pero que nunca había visto, situada en una región de España en la que nunca había estado, estaba a punto de cerrarse. El artículo del periódico decía que sería una gran celebración y que los peregrinos que cruzasen esa puerta recibirían bendiciones especiales. Y además se decía que los peregrinos que caminasen durante el invierno hasta allí recibirían todavía más bendiciones. Así las cosas, compré billetes de avión y partí el día de Navidad. A mi llegada cogí un largo y solitario autobús desde Madrid hasta Sarria y, una vez allí, me instalé en un hotel. Sentía mucha confianza.
A la mañana siguiente, cuando estaba preparada para partir, la mujer de la recepción dijo: “Señora, no parta, todavía no hay luz. Una vez que esté fuera del pueblo, estará muy oscuro». Le sonreí como si supiera lo que estaba haciendo y eché a andar. Recuerdo haber pensado claramente para mí misma: “Nada me molestará. Nada me asustará». Luego me perdí al salir del pueblo.
Cuando estaba a mitad de camino de Portomarín, conocí a una familia de Mallorca que llevaba al frente a un hombre mayor que los dirigía. Yo estaba descansando al lado de la carretera y él se me acercó y me dijo: “Señora, usted no vino a España para sentarse en la carretera. ¡Vamos señora!”.
Y así fue: toda la gente a la que encontré me cuidaba. En todos mis viajes nunca había visto tanta amabilidad: el hombre que recogió mi caparazón cuando se cayó de mi mochila, el hombre del restaurante que me dio una naranja para caminar al día siguiente, el cantinero que llamó a un taxista para llevarme, salí a ver a Vilar de Donas y el anciano de las llaves que me regaló una visita, el joven que se ofreció a llevar mi mochila en su bicicleta. Y la mujer de la Plaza Quintana que hizo cola por mí mientras revisaba mi mochila antes de entrar a la Catedral. Prometimos reunirnos de nuevo durante el siguiente Año Santo para poder volver a caminar juntos. Nunca supe su nombre.
Había algo urgente, algo que nos apremiaba y que no he vuelto a sentir desde entonces. Fue diferente, especial. Sentí que me había convertido en parte de la historia, que lo que había hecho era importante. Y como la Oficina del Peregrino estaba cerrada por vacaciones, recibí mi Compostela en la Catedral.
Si puedes caminar hasta Santiago de Compostela durante el Año Santo, hazlo. Las recompensas son enormes. No estoy segura de cuándo podré viajar a España el próximo año, a causa de todo lo que nos está frenando en este momento, pero tened la seguridad de que iré. ¿Cómo no caminar durante el Año Santo?
Anne Born
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