Antón Pombo es un especialista en el Camino de Santiago. Historiador e investigador –con una tesis doctoral vinculada a la historia de Compostela-, escritor especializado en el Camino con décadas de experiencia como autor de libros, artículos y guías, y peregrino que ha recorrido y todavía recorre sus diferentes itinerarios. Por su formación y experiencia Antón Pombo es un observador privilegiado de la presente revitalización de las peregrinaciones a Santiago: conocedor actualizado de su historia, aspectos prácticos y organizativos del Camino, pero también peregrino y testigo de sus aspectos más humanos. Por todo ello, hemos querido aprovechar nuestro primer encuentro con él para invitarle a hacer una reflexión general sobre el Camino de Santiago.
-Creo recordar que tenías 20 años cuando entraste en el mundo del Camino, pienso haberte escuchado hablar de haber pintado flechas amarillas en el Camino Francés con Elías Valiña… ¿Podrías contarnos algo de esos inicios y de lo que entonces encontraste en el Camino?
Mi primer contacto con el Camino fue en torno a mis 20 años, creo que fue una apuesta contracultural. Un grupo de amigos que estudiábamos historia decidimos que, en lugar de ir de viaje a algún lugar exótico como hacían todos en aquel momento, queríamos ir al Camino de Santiago. Habíamos cursado el segundo año de carrera, estudiando el Camino en las materias de historia y arte medieval, y pensamos que podríamos hacerlo. Lo hicimos en bici desde Saint-Jean-Pied-de-Port y, sí, ya en ese Camino, al llegar a O Cebreiro conocí a Valiña, quien me sedujo con su insistencia y su entusiasmo; a partir de ahí tuve mucha relación con él, llegamos a hacer una peregrinación juntos y es cierto que en alguna ocasión le acompañé a pintar flechas.
En el Camino de entonces no había nada, nada de infraestructuras, lo suficiente como para cautivarte; existía ciertamente todo el aparato de la historia, los testimonios de la peregrinación, templos, monasterios… Era como realizar un viaje romántico por una España vacía. Los habitantes de los lugares que recorríamos te recogían como a un paladín de lo que esperaban que ocurriese, con un calor, una proximidad y una acogida humana fantásticas.
El escenario sigue igual en muchos aspectos, pero lo demás… Es cierto que el espíritu de acogida cambió y se perdió un poco, pero faltaban los peregrinos, en aquella época yo empecé a ir cada año en el mes de septiembre y era un mes vacío, no te encontrabas apenas con peregrinos.
-Continúas recorriendo las distintas rutas del Camino, sin instalarte en la nostalgia, lo que te da una posición de observador privilegiada, ¿cuáles crees que son los principales cambios en el Camino para bien y para mal?, ¿y qué permanece?
El cambio más negativo está claro: la masificación. Queríamos que hubiera más peregrinos, pero no tantos. También el ruido, hay mucho ruido, el de mucha gente que va atraída por la moda y sin espíritu peregrino. Existe una comercialización excesiva, mercantilismo, lugares con precios abusivos, lo cual es una equivocación, porque las redes hacen que se sepa todo. También los menús del peregrino han cambiado, creo que ha caído su calidad gastronómica, nutricional.
La señalización de muchos itinerarios y el hecho de que las peregrinaciones se realicen siempre más a lo largo de todo el año permiten contrarrestar muchos de estos cambios, pero el gran problema es la convivencia del turismo con el Camino. La confusión entre un turismo entendido como consumo rápido de experiencias y el Camino… Conviven dos mundos casi al 50%: uno de consumo y corto recorrido y por otro lado la experiencia más lenta y profunda de quien recorre largas distancias. En este sentido hay itinerarios que se han convertido en reductos fantásticos para quien quiere evitar la convivencia con el turismo, como la Vía de la Plata.
Pero ciertamente se han producido cambios para bien. Por un lado en relación a la seguridad, antes el Camino coincidía y atravesaba continuamente carreteras, se han recuperado caminos y sendas de tierra. En mis primeros años como peregrino los accidentes y atropellos eran continuos, pero se ha invertido mucho en ello y hoy los caminos son seguros.
Otro cambio radical para bien es el que se ha producido en la acogida. Hoy existen servicios de todos tipo, entonces había que dormir donde se podía, en casas parroquiales abandonadas y al raso algunas veces. Se ha mejorado muchísimo en este terreno, puedes elegir y hay una gran oferta, además la información es mucho mayor. Ciertamente se ha perdido el encanto de tener que preguntar, pero hoy en día está todo bien organizado, es menos romántico pero más seguro y con muchos más servicios. Se ha mejorado en todos los servicios: información, señalización, atención sanitaria…
No soy un nostálgico que querría volver a principios de los años 80, el Camino es diferente, pero más cómodo y mejor organizado. Y, desde luego, está el factor humano, otro cambio muy positivo, hoy día encuentras a gente de todo el mundo, intercambias experiencias, hablas y aprendes idiomas. El año pasado recorrí el Camino de Arles en Francia, recuerdo haber pasado 6 días casi solo, caminando y en los refugios, esa era la realidad de todo el Camino en los 80 y revivirla no me gustó, en ese aspecto humano los cambios que se han producido han sido para bien.
–Sé que eres una persona muy comprometida con el Camino, que desde el asociacionismo jacobeo y diversas plataformas te has implicado en la defensa y denuncia de muchas causas. ¿Cuáles consideras que son o deberían ser las “líneas rojas” o límites que no se deben sobrepasar en el Camino de Santiago?
Creo que los límites no se han traspasado todavía, pero hay que vigilar. Por ejemplo, había empresas que querían poner patinetes en los puertos del Camino, se llegó a proponer crear una tirolina en O Cebreiro… Eso sería parte de las tendencias que pueden llevar al Camino a la degeneración, no se puede ver negocio en todo, hay que limitar algo, no aprovecharse de que la marca Camino vende para llevar a cabo ideas que son muy poco respetuosas con el Camino. En este sentido me preocupa si la catedral reconocerá o no las bicicletas eléctricas, en principio creo que no, pero no sé lo que se está haciendo para controlar el tipo de bicicleta con el que se recorre el Camino.
Un aspecto que me importa mucho es la Compostela, creo que ahí está un clave para evitar los problemas. Creo que dar la Compostela a partir de los 100 kilómetros es malo para el Camino, permite vender una versión reduccionista y empaquetada del Camino, como un viaje en avión de fin de semana, cuando lo que se debería de buscar es que el Camino fuese una experiencia única en la vida.
-Comenté antes tu relación con el asociacionismo jacobeo, un fenómeno al que has contribuido mucho. ¿Has visto cambios en este campo?, ¿cuál es su importancia?, ¿ves un relevo para el futuro?
He estado muy vinculado a asociaciones de peregrinos y continuo estándolo, sigo siendo socio de dos o tres asociaciones. Creo que en ese mundo hay de todo, asociaciones muy entusiastas y que siguen recuperando caminos, trabajando mucho en la hospitalidad… Pero también hay otras que se han aburguesado un poco, convirtiéndose en asociaciones más estáticas.
Hoy en día veo mucho entusiasmo en algunas, a veces de países más alejados del Camino, pero a la vez conozco otras-incluso multitudinarias- que están instaladas en la rutina y volcadas en aspectos más culturales y turísticos.
En cualquier caso el problema es el relevo, no veo mucho relevo. La gente joven llega al Camino por otras vías, su experiencia para organizarlo y seguir después en contacto con él es más virtual, de intercambio en las redes sociales; las asociaciones les parecen antiguas, algunos están pero más bien por tradición o vínculos familiares No veo el reemplazo, ¿qué se podría hacer?, ¿cómo cautivar a los jóvenes? Con sus estructuras tan clásicas las asociaciones lo tienen difícil. Habría que acercarse al modo en el que los jóvenes crean sus grupos: asociaciones más libres, sin estatutos, foros, intercambios virtuales,
-En el pasado has tenido un papel importante en la recuperación y señalización de varios itinerarios del Camino de Santiago, en el Francés, el Portugués… Pero hay uno en el que me atrevería a decir que fuiste el principal protagonista de su recuperación: el Camino de Fisterra-Muxía. ¿Podrías contarnos algo de este aspecto de tu trabajo?
Sí, personalmente me moví mucho con el Camino de Fisterra-Muxía. Empujamos diez años de peregrinaciones organizadas desde Santiago, fue una labor pedagógica, para darlo a conocer entre los peregrinos y concienciar e implicar a las instituciones.
Trabajé también bastante con el grupo del sur de la AGCS de aquellos años en el Camino Portugués, en su señalización, teniendo que vencer muchas resistencias, porque entonces las había en Portugal, veían en el Camino sólo algo que podría beneficiar a Santiago, pero no lo importante que podría ser para ellos, eso ha cambiado mucho. Y también he trabajado en la recuperación de otros itinerarios, por ejemplo con Manolo Grueiro en el Camino Inglés y con Eligio Rivas en el Camino Sanabrés.
-En la Fundación Jacobea tenemos un proyecto que para nosotros representa un sueño y un compromiso: crear una memoria de los peregrinos del siglo XXI. Más allá de tus conocimientos y de la información práctica, ciertamente tu experiencia como peregrino te convierte también en un experto de esta dimensión. ¿Podrías comentarnos algo más de esa dimensión más humana del Camino?, ¿algo de tu experiencia como peregrino?, ¿te ha cambiado como persona?
Ha hecho el camino 23 veces, excluyendo los caminos cortos y las salidas de trabajo con medios de transporte, tal vez de mis caminos de largo recorrido unos 10 los hice sin ningún vínculo con el trabajo, solo y por razones personales. Uno de esos caminos fue, por ejemplo, el que hice después de la muerte de mi padre, otro después de separarme… Me permitieron reflexionar, ventilar la cabeza, me ayudaron mucho, siempre volví renovado y cargado de positividad. En el Camino todo el mundo habla, te cuentan sus historias, escuchas muchas que te ayudan a relativizar tus problemas.
He aprendido mucho, en el Camino se aprende, y no sólo del intercambio con los demás, también aprendes dejándote llevar en los caminos, saliendo del ritmo de tu vida cotidiana, de los horarios, rutinas, presiones… Por eso en el Camino encuentras algo que, para la mayoría de la gente, actúa como un bálsamo.
Soy uno de los muchos que ha encontrado a su pareja en el Camino –y todavía estamos juntos-, también muchos amigos… El Camino es un reducto del mundo no virtual, una prueba de que todavía puedes encontrar a alguien de forma natural, no hay que estar en Tinder todo el día. El Camino es una forma de aprender a interrelacionarte, a escuchar, a que te escuchen; por eso el Camino es una escuela: una escuela para madurar como personas, para conocerse. En el ambiente de relax y sin presiones del Camino, muchas veces sale lo mejor de nosotros.
-En esa línea, escuchar y recoger las historias de los peregrinos nos parece importante, poner en valor ese patrimonio inmaterial…
Cierto, lo que más me interesa del Camino es el lado humano, la intrahistoria del Camino, lo que no se ve, las historias bonitas, humanas, de liberación, de crecimiento personal… Y esas historias se están perdiendo, nadie las estaba recogiendo.
En relación a ese aspecto humano, al significado que la experiencia del Camino tiene para cada peregrino, hay una frase hecha que está siempre por ahí: “el Camino me ha cambiado la vida”. No se sabe si es verdad, pero se dice mucho. Lo cierto es que si esa frase fuese cierta para algún peregrino, aunque sólo fuese para uno, sería ya una razón suficiente para justificar la existencia del Camino.