En octubre 1987 viajaba a menudo a Lugo; se cruzaba con tipos enjutos con mochila, que subían hacia Lavacolla con fatiga y con una atención reconfortadora: eran los peregrinos de 1987. Aprendió el grito peregrinero, ultreia e sus eia!, ¡adelante y arriba!, era estimulante. Vivía desde hacía un año en Santiago y en la peregrinación y en los peregrinos descubrió la dimensión cosmopolita que le falta a esa ciudad pequeña que es Compostela. Peregrinó desde 1988.
Después de 1987 peregrinó en varias ocasiones, en Galicia ha hecho todas las rutas, pero además ha recorrido los Caminos Portugués, Norte y Francés más allá de Galicia.
En la peregrinación encuentra la austeridad que le sobra a la vida burguesa, es decir, llevar 7 kilos a la espalda y saber que con ellos puede arreglárselas. También encuentra la inmersión en la naturaleza que le falta a la vida urbana, él es urbanita pero tiene un sentido de la naturaleza, en el Camino le gusta escuchar a los pájaros, las aguas libres, los ladridos de los perros a lo lejos, el rumor de las hojas movidas por el viento… Ha conocido personas de muchos países, ha hecho amistad con algunas de ellas de Francia, Suecia, Suiza, Brasil y Gran Bretaña.
Varias horas al día le gusta caminar solo aunque al final de la etapa y para desayunar se reúne con otros, así puede alternar silencio y comunicación. Caminar en silencio le ha hecho/ayudado a rezar.
Su experiencia del Camino lo llevó a implicarse en la fundación de la Asociación Galega de Amigos del Camino de Santiago, a escribir sobre el Camino en diversas publicaciones –todavía hoy es redactor de la revista Peregrino de la Federación Española de Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago– y a colaborar con otras asociaciones de peregrinos españolas y extranjeras.
Ha promovido y promueve el Camino en colegios y asociaciones, facilitando datos y quitando miedos.
Ahora es más lento caminando pero el Camino le llama igual, le gustaría hacer el Camino de Invierno. Más que cambiarla, el Camino enriqueció su vida.